Frente a las elecciones del 25 de octubre, Socialismo Latinoamericano-Izquierda Nacional advierte: esas elecciones constituyen apenas una anécdota en el enfrentamiento entre la revolución y la contrarrevolución que atraviesa desde sus orígenes la historia argentina. Si nos convocan a elegir entre lo malo y lo peor, rechazamos el convite. Pero estaremos presentes en las barricadas populares que librarán las futuras luchas emancipatorias a partir de 2016.
Como militantes del campo nacional y popular, compartimos la preocupación de miles de compañeros: un triunfo electoral del macrismo significaría retroceder a los más oscuros tiempos del neoliberalismo menemista y videlista. Macri sintetiza en su persona los intereses más retrógrados de la Argentina semicolonial: los grupos económicos trasnacionalizados, la burguesía agroexportadora, el capital financiero más concentrado, la corrupta partidocracia demoliberal, la casta judicial conservadora, los monopolios mediáticos y, también, esa base social de la Derecha que es la pequeña burguesía cacerolera, la que en su momento sirvió de sostén a los golpes gorilas de 1955 y 1976.
Sin embargo, creemos que la decisión de enfrentar a Macri recurriendo a una figura que por formación, temperamento y relaciones sociales y políticas constituye casi una réplica del jefe del PRO, encierra un gravísimo error estratégico de Cristina Fernández de Kirchner, aun cuando se revista en lo inmediato de presunto acierto táctico. En el camino de la emancipación nacional y social, que el kirchnerismo pretende transitar desde hace 12 años –y no viene al caso discutir ahora cuánto hay de cierto en esta pretensión–, existe un principio incuestionable: no se puede avanzar retrocediendo.
Del riñón menemista
¿Significa la figura de Daniel Scioli un avance o un retroceso en la implementación del mentado “Proyecto” que el kirchnerismo considera su más preciado aporte a la vida política nacional? Para responder esta pregunta no hay más que recordar lo que las figuras más destacadas del kirchnerismo –empezando por Néstor Kirchner y por la actual presidenta– han repetido una y mil veces: Daniel Scioli salió del riñón menemista y siempre ha estado más cerca de Clarín y de las corporaciones que de la militancia popular reconstruida luego de las jornadas de 2001. Daniel Scioli representa esa pata regiminosa y conservadora que impidió al kirchnerismo alzar vuelo más allá de cierto punto en su disputa con el establishment.
Catapultado a la presidencia de la República, el ex motonauta menemista ya no será “una parte subordinada a un todo” que lo excede, sino “la parte de ese todo”, al que procederá a reconfigurar desde su lugar hegemónico. ¿Cómo conciliar, entonces, la candidatura de Scioli con la vigencia de la consigna “nunca menos” que animó en estos años la épica kirchnerista?
Como socialistas de la Izquierda Nacional, no podemos acallar nuestra convicción de que el error estratégico de Cristina Fernández de Kirchner no es producto de la cuasualidad, sino que responde, en última instancia, a las limitaciones estructurales de la fuerza que encabeza. Es una ley histórica: cuando un bloque de clases y sectores sociales subalternos irrumpe en las sociedades semicoloniales bajo la conducción de jefaturas burguesas o pequeñoburguesas –civiles o militares–, sólo puede avanzar hasta cierto límite en su desafío al orden oligárquico-imperialista. Más allá de ese límite, lo que se pone en cuestión es la propia estructura capitalista semicolonial, y para removerla hace falta, además de una dirección y un programa adecuados, la movilización revolucionaria de la clase obrera y las masas populares. Es decir, hace falta un método de lucha política que trascienda el encorsetamiento que suponen las rigideces institucionales del liberalismo burgués. En este sentido, el método de lucha es el programa. El kirchnerismo, replicando en este aspecto al peronismo y al yrigoyenismo, en cuyas tradiciones dice inscribirse, se revela como estructuralmente impedido de pegar este salto cualitativo. Imposibilitado de avanzar ininterrumpidamente en un sentido emancipatorio, prefiere entonces detenerse y retroceder. La candidatura de Scioli no es más que la expresión de esta circunstancia trágica que se repite una y otra vez a lo largo de la historia.
Disputar la hegemonía
Pero, ¿qué hacer entonces el domingo 25 de octubre? Si Macri representa la rosca oligárquico-imperialista que conserva el poder real después de 12 años de kirchnerismo, y si Scioli representa el retroceso –si no la claudicación frente a esa rosca oligárquico-imperialista–, entonces no podemos convocar a votar por uno u otro sin traicionarnos a nosotros mismos. (Tampoco, obviamente, podemos llamar a votar por Massa, un hombre de la embajada norteamericana, por el neoalfonsinismo decadente de Stolbizer o por la esterilidad ultraizquierdista del FIT). El socialismo de la Izquierda Nacional no interviene en la arena política con el sólo propósito de engrosar pasivamente las filas del campo nacional-popular sino, también, con el propósito de disputar la hegemonía de ese campo a los sectores burgueses y pequeñoburgueses impotentes para coronar la lucha en una victoria. Nuestra responsabilidad, entonces, es la de contribuir a la construcción de una vanguardia militante socialista y revolucionaria que garantice, en los hechos y no sólo en las palabras, la consigna “nunca menos”. Por esta razón, nuestra corriente no votó a Cámpora en 1973, sino que acompañó la lucha popular con la fórmula socialista del Frente de Izquierda Popular (FIP). Por esa razón repitió su conducta en 1983, acompañando a la clase obrera peronista pero sin apoyar la candidatura claudicante de Luder. Y por esta misma razón, a lo largo de los últimos 12 años, hemos acompañado las medidas antioligárquicas y antiimperialistas del kirchnerismo, como la pelea por las retenciones, la nacionalización (parcial) de YPF o la recuperación estatal del sistema jubilatorio. Hemos apoyado al gobierno en su enfrentamiento con el Grupo Clarín, al tiempo que hemos señalado que hay que inspirarse en el ejemplo del propio Perón, que en 1952 expropió La Prensa (el Clarín de aquella época) y lo entregó a los trabajadores. Hemos sostenido, en suma, una posición clara: no se avanza retrocediendo; el proceso de luchas emancipatorias constituye una “revolución permanente” en la que se trata de destruir al enemigo de la Patria y del Pueblo, y no de negociar con él un imposible “modus vivendi”.
Las elecciones del 25 de octubre constituyen apenas una anécdota en el enfrentamiento entre la revolución y la contrarrevolución que atraviesa desde sus orígenes la historia argentina. Si nos convocan a elegir entre lo malo y lo peor, rechazamos el convite. Pero estaremos presentes en las barricadas populares que librarán las futuras luchas emancipatorias a partir de 2016.