Altamira falsifica a Trotsky

GUSTAVO CANGIANO @gcangiano

Antes de pasar a la fase decididamente militar, la guerra desatada por el imperialismo contra Libia atravesó una fase de “guerra psicológica”: se trabajó para convencer a la “opinión pública” de que Kadafi era merecedor de todo lo que tenían pensado hacerle, puesto que se trataría de un “dictador” y un “genocida” que habría venido masacrando desde hace décadas sin piedad a su propio pueblo.

Las corrientes seudotrotskistas se sumaron a esta campaña de difamación añadiendo sus propios argumentos “de izquierda”: Kadafi sería, además de un “dictador genocida”, un aliado de los propios imperialistas. Que el imperialismo estuviera tan dispuesto a liquidar a su aliado era una contradicción en la que no parecían reparar los sesudos analistas de la ultraizquierda seudotrotskista.

Pues bien, terminada la fase “psicológica” de la guerra, los imperialistas se han automandatado a través de la ONU para proceder a bombardear Libia y permitir, de ese modo, que los denominados “rebeldes” y “revolucionarios” conquisten el poder. Es entonces cuando los grupos seudotrotskistas deciden completar la consigna “Abajo Kadafi” con la consigna “Fuera la OTAN”. Se trata, obviamente, de puro jarabe de pico, por no decir algo peor: si la OTAN dejara de atacar Libia, Kadafi seguiría en el gobierno; del mismo modo, para que Kadafi se vaya, es necesario que la OTAN se disponga a sacarlo. Gritar “Abajo Kadafi” y “Fuera la OTAN” simultáneamente sólo se justificaría si en el escenario político y social hubiera un tercer contendiente en condiciones de plantear una alternativa independiente de ambos campos en lucha. La pregunta decisiva es, entonces, si existe ese tercer contendiente.

Ultraizquierda: ayer funcional a Videla, hoy funcional a la OTAN

Durante la fase “psicológica” de la guerra contra Libia, los seudotrotskistas quisieron convencernos de que ese tercer contendiente estaba presente en el campo de la oposición a Kadafi. Sin embargo, la verdad no tardó en conocerse. El diario La Nación, por ejemplo, publica en su edición del pasado miércoles 30 el listado de los principales dirigentes opositores del llamado Consejo Nacional de Transición: Mustafa Khalil, ex funcionario kadafista ligado a Occidente, Abdelhafiz Hoga, un abogado “derechohumanista” que también estuvo ligado a Kadafi, Mahmoud Jibril y el militar Omar Al-Hariri, también salidos del riñón kadafista y de la oposición a Kadafi vinculada al imperialismo. No hay un solo representante del “pueblo llano” ni, mucho menos, de la clase obrera.  Este “estado mayor” de la oposición político-militar es el que solicitó insistentemente a la OTAN que atacara Libia, al tiempo que aseguró a los imperialistas que estaba garantizada la provisión de petróleo de los pozos conquistados. El día jueves 31 se conoció, además, que el propio presidente Obama había autorizado a la CIA a mantener contactos con estos opositores y a darles apoyo.

¿Dónde está entonces ese “tercer contendiente” sin cuya existencia la consigna “Abajo Kadafi y Fuera la OTAN” se convierte en un sinsentido político y hasta lógico? En su nota publicada en Prensa Obrera del día jueves 31, Jorge Altamira le suma a esa consigna autocontradictoria otra más: “Por el llamado a una Asamblea Constituyente Soberana”. La “asamblea constituyente” es el latiguillo que siempre tienen a mano los seudotrotskistas cuando necesitan barnizar de “progresista” una posición absolutamente reaccionaria. La utilizaron, por ejemplo, a fines de 1975, cuando estaba en marcha la conspiración golpista contra el gobierno peronista. En lugar de condenar abiertamente el golpe en cierne y llamar a defender la legalidad institucional, los seudotrotskistas de las diferentes sectas de entonces (PST, PO, PRT, etc.) gritaban (a viva voz) “Abajo Isabel” y (con menor resonancia) “No al golpe”. Esa supuesta prescindencia entre los campos en pugna, que era en realidad una seudoneutralidad funcional para los objetivos golpistas, pretendía ser disimulada con la salida meramente retórica de la “asamblea constituyente”.

Ante los sucesos de Libia, los seudotrotskistas no hacen más que repetir una vez más ese mismo y desgastado libreto.

Altamira contra Leon Trotsky

Pero veamos cómo termina Altamira su nota en “Prensa Obrera”:

“¿Se aplica en este caso la recomendación de Trotsky de alinearse con el ‘fascismo’ nacional contra el imperialismo ‘democrático’, es decir con el gobierno de Gaddafi, como lo señaló para el caso del gobierno del brasileño Vargas (1938) (sin apoyar nunca la política nacional de ese fascismo y denunciándolo en forma implacable), o como cuando Thatcher-Reagan atacaron a la Argentina de Galtieri? La diferencia en Libia es que, además del fascista nativo, tenemos un movimiento de masas contra el régimen opresor, aunque bajo una dirección contrarrevolucionaria. Es a partir de esta caracterización que asentamos nuestra posición en tres planteos: Fuera la Otan, Abajo Gaddafi, Asamblea Constituyente Soberana, por la unión de la revolución árabe, laica y socialista.”

Lo primero que llama la atención es la falsificación que Altamira hace del texto en el que Trotsky formula su famosa “recomendación”.

En primer lugar, Trotsky no podía conocer exactamente la naturaleza política o social del régimen varguista, por la sencilla razón de que la política latinoamericana en su conjunto no había sido objeto de su interés por lo menos hasta que debió desembarcar en México, en el año 1937. Es por esta razón que caracteriza al régimen varguista, en un mismo párrafo, de tres manera diferentes, y todas igualmente vagas: como samifascista, como dictadura y como “fascista” entre comillas, es decir, como no fascista. Altamira, sin embargo, jugando con el uso de las comillas, le hace decir a Trotsky, respecto de Vargas, lo único que Trotsky no dijo: que su régimen era fascista.

Dice Altamira en el párrafo citado: “sin apoyar nunca la política nacional de ese fascismo”, de lo cual se infiere que Trotsky decía que el de Vargas era un régimen fascista. Pero no lo dijo (ver las conversaciones con Mateo Fossa, publicada por Coyoacán en 1961 y reproducidas en “Escritos Latinoamericanos”).

La verdad es que si el gobierno de Vargas hubiera sido efectivamente un gobierno fascista, entonces no habrían existido razones para apoyarlo, desde una perspectiva socialista. ¿Desde cuando los socialistas deberían apoyar a los gobiernos capitalistas fascistas frente a los gobiernos capitalistas democráticos? ¿No había enseñado el mismo Trotsky, acaso, que el fascismo es la política terrorista del capital financiero contra la clase obrera?

Pero si Trotsky recomendaba alinearse con el “fascista” (entrecomillado del propio Trotsky) Vargas y contra el imperialismo “democrático” (también entrecomillado de Trotsky), es porque no consideraba verdaderamente fascista a Vargas así como tampoco consideraba verdaderamente democrático al imperialismo (de ahí que escribiera “democrático” entre comillas). Y lo decía explícitamente: “en el conflicto entre estos dos países (Brasil “fascista” e Inglaterra “democrática”) no será una cuestión de democracia o fascismo”. Análogamente, diríamos hoy: el enfrentamiento entre la Libia de Kadafi y las potencias de la OTAN no se trata del enfrentamiento entre la democracia y el fascismo, sino del enfrentamiento entre un país oprimido y unas potencias opresoras, y corresponde estar junto al primero contra estas últimas, es decir, en el campo de Kadafi, y no en el de quienes intentan derrocarlo.

Pero a Altamira no le alcanza con hacer decir a Trotsky lo que Trotsky no dijo. Añade que a diferencia del supuestamente fascista Vargas, el supuestamente fascista Kadafi tiene en la vereda de enfrente “un movimiento de masas contra el régimen opresor”. La pregunta es, nuevamente: ¿dónde está ese movimiento de masas contrario al régimen? ¿Por qué razón nadie ha podido verlo ni escucharlo? Altamira no sólo detecta un movimiento de masas donde no parece haberlo, sino que no lo detecta allí donde estuvo a la vista, y nada menos que en su propio país. ¿O no había un movimiento de masas enfrentado al régimen militar que libró la Guerra de Malvinas? ¿Por qué Altamira contrapone entonces los regímenes de Vargas y Galtieri al de Kadafi en razón de que éste último (y no los primeros) se enfrentaba a “un movimiento de masas contra el régimen opresor”?

La contradicción fundamental

Tal vez la expresión más cristalina del error en que incurre la ultraizquierda sea la que surge del siguiente párrafo, perteneciente a una Carta de Lectores de un militante de PO que publica “Prensa Obrera”: “el ataque reciente de los aliados a Gadafi (es para) darle un curso reaccionario a la revolución en Libia”.

En realidad, no ha habido ninguna revolución en Libia a la que haya tenido que montarse el imperialismo para cambiar su curso y transformarla en contrarrevolución. Si así fuera, debería poderse identificar a los individuos, las organizaciones, las clases sociales y el programa levantado por esa supuesta revolución. Y ello no es posible. Lo único que se alcanza a divisar es la identidad de políticos proimperialistas, una bandera monárquica prometiendo retrotraer el país a los años en que era una colonia italiana y grupos provistos de armamento recibido por contrabando. Por otra parte, el imperialismo no se monta sobre los procesos revolucionarios, sino que los combate a sangre y fuego. Tampoco se ha visto que “el movimiento de masas” de un país semicolonial haya hecho frente común con el imperialismo para enfrentar a los gobiernos nacionalistas. Si esto ocurriera, entonces la Teoría de la Revolución Permanente elaborada por Trotsky debería ser abandonada definitivamente.

En lugar de inventar una absurda alianza entre masas revolucionarias e imperialistas para derrocar a un gobierno supuestamente fascista en un país semicolonial, los seudotrotskistas deberían instruirse estudiando lo que hicieron Lenin y Trotsky cuando los obreros y campesinos de la ciudad de Kronstadt, levantando un programa revolucionario y socialista, se rebelaron en 1921 contra el Gobierno Bolchevique. Fueron aplastados. Y no porque el gobierno desconociera la identidad popular de los rebeldes. Sino porque estimaba que independientemente de la voluntad y de las intenciones de los protagonistas, los únicos que podían capitalizar rebelión eran las fuerzas contrarrevolucionarias del imperialismo. “Dígannos quiénes los apoyan y les diremos quiénes son”, respondían Lenin y Trotsky a los obreros y campesino de Kronstadt.

“Dígannos quiénes los apoyan y les diremos quiénes son”, habría que decirles a los “rebeldes” que aspiran a derrocar a Kadafi con las bombas de la OTAN.

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